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Te cuento un cuento: La correa invisible

 Mi nombre es Michino, vivo en compañía de Micha y de la señora Rut. Nuestra casa tiene algo especial: una pequeña ventana, que da al patio y al mundo, es nuestra puerta, la de los gatos. Libres entramos, y salimos cuando nos place, sin llaves ni timbres.

Hasta hace poco, creía que hay cosas que nunca pueden cambiar, pues después de 10 años viéndolas ...

Como de costumbre, salimos por la noche de patrulla ratonera, pero en lugar de encontrarnos las calles con sus gentes y sus coches, ahora estaban vacías. Hicimos nuestra ronda con desasosiego. Cuando nos dispusimos a regresar, las calles continuaban igual. Pero lo grave estaba aún por descubrir: al nuevo día, no con la luna, sino con el sol, seguían sin gentes, sin piernas en que restregarnos, y lo peor: sin niños con quien jugar.

Las cosas continuaron así en los siguientes días. Rut dejó de impartir clases de "aprendiz a escritor", solo salía para comprar comida, tabaco y medicinas.

Algo muy grave pasaba. Había llegado un bicho asesino de humanos, lo llamaron covid-19. El jefe supremo del país ordenó: que solo podían salir de casa, sin causa justificada, los perros. Entonces, la gente corría a las perreras en busca de un animal que los sacara a pasear. Por eso, en las calles -sobretodo por las noches- comenzamos a ver cada vez más, a perros tirándoles con cuerdas, también circulaban algunos coches con luces amarillas, a veces de color azul. 

Una noche, ampliamos el territorio de caza. Oímos unos ruidos extraños, y nos dispusimos a inspeccionar hasta dar con ellos. Encontramos seis camiones enormes del ejército, estaban a la puerta del hospital. Un grupo de soldados llevaban ataúdes. Cientos de muertos se fueron, queriendo ocultarlos pasando en su huida, por un túnel que conducía a la carretera general. Absortos, aún permanecimos un rato más, no queríamos creer lo visto. Del desconcierto, pasamos a sentir un profundo desespero; empezamos a llorar, maullábamos desconsolados y maullando con amargura regresamos a casa. Hicimos tanto ruido que despertamos a Rut, se levantó nerviosa a consolarnos; se lo contamos todo, pero solo comprendía que estábamos muy tristes, acabo recostándonos a los pies de su reconfortante cama. 

Dejé de salir, Micha hizo lo mismo. Asustados, nos deteníamos en la puerta del patio, ni siquiera íbamos a tomar el sol ni a cagar. Empezamos a usar la papelera, luego la cama de Rut, hasta que apareció en el garaje una caja grandota con tierra, lo entendimos.

Ahora, todos empezamos a salir, pero Rut se pone el bozal sin correa. No hace falta, la controlan desde el cielo, con una cosa que llaman satélite, atado con un hilo invisible al móvil del bolsillo.

Estamos descolocados, ahora Rut trabaja desde casa, ¡eso dice! Se sienta en su butaca negra, frente a la mesa de escribir; enciende el foco, pero en lugar de alumbrar a los papeles, es ella la iluminada; y empieza a hablar a otros seres ausentes por telepatía, en la distancia y en el tiempo, con la esperanza de que la escuchen.

Muy preocupados, nos ponemos en silencio a su cuidado, lo más cerca posible de ella. Micha se recuesta en el sillón beige, yo en el respaldo del negro, mientras ella habla al viento. ¡Bien podría dirigirse a nosotros!, ¡pues no! Su palabra preferida es "desbrozar". Cuando la oigo me voy, para ella es como el rastrillo: limpiar el patio de hojas muertas. Aunque se refiere a las inútiles palabras escritas... Tal como están las cosas, no vaya a ser que le de por desbrozar gatos, porque ya no cazamos ni en el patio, ni en las calles, tampoco nos relacionamos con los niños; pasamos el día entero en casa, solo comemos, cagamos. Y dormimos en secreto cuando ella se duerme, en su cama mullida. Nos duelen los huesos y el alma también.

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